Hace unos días, antes de regresar del viaje, me dije que para hacer otro viaje tan intenso como el que he hecho, por lo menos tendrían que pasar unos cuantos meses, porque las enseñanzas se amontonan y debo dejar un tiempo para integrarlas. Y también para descansar. Pero hoy, nada más aterrizar y ver el ambiente en la terminal mientras un montón de gente esperaba para recoger sus maletas, una chispita ya se estaba encendiendo por dentro y me dije que no me importaría volver a empacar y facturar. Me reafirmé en la idea de que los aeropuertos son uno de los lugares más emocionantes que te puedas encontrar...
Pero no, todavía no voy a viajar. Ahora toca llegar y terminar los asuntos que he dejado pendientes, como el reto de la travesía que tendrá lugar en seis días. Me lanzaré al agua y a ver lo que pasa, porque muy poco he podido entrenar durante estas dos semanas, salvo unos cuantos centenares de metros que nadé mientras divisaba maravillado los corales del fondo del mar en la isla de Tiomán. Pero eso ya lo contaré otro día, como también contaré los miedos que pasé en la selva y cómo los gestioné. Paso a paso, día a día...
Ya estoy en casa, aunque Asia bien podría ser mi morada, un nuevo continente por explorar. ¿Dónde está entonces mi hogar? Supongo que allá donde vaya, sin apegarte a nada...
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