Después de un día tan emocionante por el recibimiento del primer ejemplar del libro, continúo con la aventura...
Domingo, 25 de septiembre de 2016
Seis y media de la mañana. Bañador, pantalón rojo, camiseta azul,
protector solar, gafas y cholas. Yo ya iba dispuesto a pasar el día en la playa
desde buena hora de la mañana. Pero al salir a la calle nos topamos con una
lluvia inesperada. ¡Vaya! No había llovido hasta la fecha y tenía que ser
precisamente hoy, cuando nos dirigíamos a la isla de Tiomán. Aunque
también hago constar que desde antes de llegar a Malasia, y sobre todo porque
había visto previamente la previsión meteorológica y daban lluvias, me dije que
no me importaría vivir un día de tormenta, porque donde vivo no es lo habitual
y también lo quería disfrutar. Pues bien, mi deseo no se hizo esperar, pero ¿precisamente
hoy, un día de playa? :-)
A las ocho cogimos el ferry, y aunque mi compañera quería subir a la
parte de arriba a pesar de la lluvia, al final todos los pasajeros tenían que
sentarse en la zona cubierta. Y después comprendimos por qué… El barco comenzó
el trayecto con una velocidad moderada pero, de repente y sin previo aviso,
empezó a acelerar como si no hubiera un mañana. Más que deslizarse sobre el
agua parecía que volaba sobre las olas. Y es que estábamos en medio de una
tormenta aunque por el cristal poco podías divisar, a excepción de las luces provocadas por los relámpagos. Al rato se empezó a filtrar agua por los
cristales y uno de los tripulantes del barco empezó a repartir paños para
achicar el agua, así que un servidor, que estaba próximo a una de las muchas
ventanas, empezó a achicar el agua. Me pasé el trayecto escurriendo el paño en el
suelo y volviéndolo a colocar entre las rendijas para que el agua no entrara.
¡Aquí todos teníamos que colaborar si no queríamos que la nave naufragara!
Al llegar a nuestra parada, supuestamente nos estaría esperando una
embarcación menor para acercarnos al hotel donde nos íbamos a alojar, pero allí
no había nadie y nosotros tampoco teníamos ningún teléfono de contacto para
avisar de que ya habíamos llegado. Nos tocó esperar y cultivar la paciencia, pero estábamos bien resguardados gracias al toldo que nos cubría porque la lluvia seguía, ligera pero constante.
Y justo en ese momento descubrí el vozarrón de mi amiga, todo un potencial para
cantar. Entre risas y cantos, pasamos el rato. Y es que nos reíamos de nosotros
mismos, porque a pesar de tener ciertas expectativas no estábamos aferrados a
ellas. De imaginar un día idílico en la playa, tumbados en la arena bajo un sol
radiante, pasamos a tener un cielo encapotado con nubes que ocultaban
el sol. Así que lo mejor fue reírse y disfrutar...
Después
de casi dos horas, cuando el mar se empezó a calmar y la lluvia dejó de caer,
nos vinieron a recoger. Bueno, pues si tenemos que estar en la habitación estaremos en la habitación, ¿qué le vamos a hacer? Eso fue lo que pensé...
Pero quizás la aceptación tuvo su recompensa, porque el día
cambió radicalmente y pudimos disfrutar de una de las mejores puestas de sol
que recuerdo. ¡Y ya queda menos para acabar mi relato viajero!
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