Jueves, 22 de septiembre de 2016
Después de desayunar un “sándwich de la casa” y un zumo natural de tomate
(por primera vez en mi vida probé el zumo de tomate), cogimos un taxi para
llegar a la estación central y subirnos a la guagua rumbo a Johor Bahru.
Como bien lo describió mi compañera de viaje, Johor Bahru fue nuestra
ciudad dormitorio, pues la utilizamos únicamente para al día siguiente cruzar
la frontera y visitar Singapur (aunque eso lo contaré otro día).
Aunque intentamos dar un paseo, nos resultó bastante difícil porque la
ciudad estaba en obras y cruzar una calle era bastante complicado. Por suerte
encontramos un pequeño espacio verde alejado del ruido y una bella casa, una
casa encantada, en medio de los árboles. Y digo lo de encantada no porque estuviera
llena de fantasmas, que no lo sé, sino porque me encantó…
Como dato curioso, en algunas ciudades de Malasia las estaciones
principales de guaguas no están precisamente en el centro, sino a las afueras, y
después tienes que coger otra guagua que conecte con el centro. Ese día tuvimos
un conductor muy peculiar con el que tenías que estar bien agarrado al asiento
si no querías volcar. Tenía una habilidad pasmosa para conducir y escuchar
audios del whatsapp a la vez. Mientras los escuchaba, cogía el volante con la
izquierda, y cuando tenía que meter algún cambio, como la palanca está por la
izquierda (allá todo está al revés que aquí), agarraba el volante con el codo
de la mano derecha, pero él no paraba de escuchar su móvil. Todo un maestro…
Aunque en realidad este era su hijo, que quizás en unos años se asemeje a su padre...
Ese día mi compañera me dijo que me estaba quedando ¡flaco! No me
extraña, es que aquí no estaba comiendo tanto como en Lanzarote, y encima
caminaba más…
No hay comentarios:
Publicar un comentario