Lunes, 26 de septiembre de 2016
Después de un sueño reparador, desayunamos en el único restaurante del
hotel, que estaba regentado por una familia y cada uno ejercía su función con
la mayor tranquilidad del mundo. ¡El estrés no existía en Tiomán! Yo me pedí un
sándwich de queso y tomate y al final me lo trajeron de tomate, pepino y
mantequilla. La carta decía una cosa y ellos traían otra, pero estaba riquísimo
igualmente.
El día amaneció espectacular y nos dispusimos a patear la isla hasta
llegar a los poblados más cercanos. En Tiomán nos volvimos a encontrar, por
tercera vez, con un simpático señor y nos enseñó a decir “gracias” (terima kasih) y “de nada” (samá samá) en malayo.
Después cambiamos de dirección y nos dirigimos a la playa de Monkey Bay.
Durante el trayecto pudimos ver monos y lagartos, incluso mi compañera llegó a
divisar una serpiente negra con rayas amarillas, pero lo que pudimos ver sobre
todo fueron mariposas, de todos los tamaños y colores: marrones, naranjas,
amarillas, negras y blancas, incluso llegué a ver una turquesa y otras negras
tan grandes que más que mariposas parecían avionetas. Por eso me dio por decir
que Tiomán era la isla de las mariposas…
Al llegar a la playa nos pusimos nuestros tubos y caretas y comenzamos a
disfrutar del fondo del mar. Puedo afirmar que aquí ha sido la primera vez
donde he podido ver un coral de verdad, y no uno sino muchísimos, de todas las
formas y colores, y peces, también muchos peces que nada tenían que ver con las
fulas o castañetas que están por Lanzarote. Aquí eran otros totalmente
distintos. Incluso pudimos ver una tortuga gigantesca. Lo que no vi fue al
tiburón, y reconozco que a pesar de los miedos, una parte de mí tenía la
curiosidad de encontrarse de frente con uno para conocer cuál hubiera sido mi
reacción. Hasta que no me enfrente, no lo sabré. ¿Estoy loco, verdad? Fue un
fantástico día para nadar y practicar, porque en menos de dos semanas tendría
la travesía a Nado El Río. Al final, sin pretenderlo, nadé como unos mil
metros. Pero la travesía ya pasó y el reto fue superado…
Y lo anecdótico en la playa de Monkey Bay fueron precisamente los monos,
que se acercaban de forma inocente y amistosa, pero que después intentaban
robarte todo lo que pillaran. Tal vez los atraje yo porque estaba comiendo
cacahuetes, todo un manjar para los macacos. Tuve que estar vigilante, pero
ellos no se asustaban, incluso te intentaban amedrentar enseñándote sus
colmillos bien afilados. Pero yo tampoco les tuve miedo. Fue una guerra sin
cuartel y hasta corales les lancé, jeje. Finalmente llegó la paz, pero fue
divertido jugar. Me lo pasé pipa…
Y la vuelta la hicimos en taxi, en un water taxi, que ya habíamos
caminado bastante. El mar estaba tan en calma que jamás se me hubiera pasado por la cabeza lo que sucedería al día siguiente...
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