lunes, 31 de octubre de 2016

Día 12: Sobreviví en la selva

Miércoles, 28 de septiembre de 2016

Me resistí y aquello persistió, persistió y persistió. Las sanguijuelas se apoderaron de mis pies y no me abandonaron hasta casi el final del trayecto. «Dios, ¿pero qué hago aquí?», me preguntaba de vez en cuando mientras seguía caminando por un sendero mojado. A punto estuve de decirle al guía que quería volver, pero es verdad que otra parte de mí sentía que tenía que pasar esa experiencia porque me daría más fuerza. La que se lo pasó “pipa” fue mi compañera. Ese día no paró de reír cada vez que miraba mi cara de circunstancias. El humor y la risa siempre nos salvaba, pues a pesar de todo, yo también tenía tiempo para la risa…

Me acordaba de todo lo que me enseñaron, que aceptara, que las amara, pero me era muy complicado aceptar esos bichos que trepaban por la ropa y se enganchaban a mis pies intentando chupar la sangre que corría por mis venas. Y aún quedaba el tramo de vuelta, pasar otra vez por el mismo calvario…

Y por fin lloré, pero no de desesperación sino por puro agradecimiento. Recordé que estaba sano y que para lograrlo había hecho una promesa mucho tiempo atrás: que estaría dispuesto a todo con tal de sanar. «¿No estabas dispuesto a todo? Pues camina», me dije. Y también recordé lo que me dijeron la primera vez que pude caminar sobre los cristales: «El camino será difícil, pero al final te espera la recompensa». Y a partir de ahí comencé a caminar con otro sentir, quitándole importancia a las sanguijuelas, agradeciendo que estaba vivo, que estaba sano, y mientras más lloraba de alegría, menos bichos tenía.


Sobreviví en la selva, una gran experiencia. Y aunque salí de allí diciendo que jamás volvería a meterme en una de ellas, ahora digo que no me importaría. Quiero seguir estando sano y seré un SÍ a todo lo que la vida me proponga…

viernes, 28 de octubre de 2016

El mejor padrino

- ¡Menudo padrino tienes! -, me dijeron justo al salir de la conferencia de José Antonio Manchado. - Sí, el mejor -, y contesté con tanto convencimiento que traspasaba mi piel. Y es que escucharlo engrandece el alma, escucharlo me reafirma en que lo que me transmitió fue lo mejor que me podía haber pasado. Y llega, su mensaje llega, porque tiene el don de comunicar y de hacer ver a la gente de una forma amable y generosa dónde está. Entre gallinas y águilas va brotando la risa de aquellos que lo escuchan por primera vez o de aquellos, como yo, que reconocieron estar en un gallinero. Ahora puede que haya salido del aparentemente seguro gallinero, o puede que siga en él pero siendo consciente de que es un gallinero donde lo único que me espera es la mediocridad. Yo decido dónde quiero estar, yo sé hacia dónde quiero ir. Estar rodeado de gente que me ayude a prosperar en la vida y cumplir mis sueños. Eso es lo que quiero...


Sí, tengo al mejor padrino, y también a la mejor madrina, incluso a una maravillosa maestra de ceremonias y a muchos invitados que harán un hueco en sus agendas para el próximo 18 de noviembre celebrar una gran fiesta. ¡Les espero!

jueves, 27 de octubre de 2016

Día 11: Bailando bajo la lluvia

Sigo contando el viaje, que ya queda muy poco para el desenlace…

Martes, 27 de septiembre de 2016

En la anterior entrada comenté que finalmente habíamos cogido el ferry, pero ¿dónde atracó exactamente? En otro pueblo a treinta minutos de Mersing, y nos enteramos porque una inglesa llamada Liam y su novio malasio nos invitaron a compartir un taxi. Así que si ya íbamos a llegar tarde, todavía nos íbamos a retrasar un poquito más. ¿No quería aventura e improvisación? Pues me la sirvieron en bandeja…

Aún así, en la agencia nos seguían esperando y pusimos rumbo al Parque Nacional Endau Rompin sin ni siquiera desayunar, porque con tanto trajín y a causa de la tormenta, no habíamos desayunado.

Después de tres horas en coche, llegamos al parque y allí nos esperaban los primos Lop y Burn, el primero el cocinero y el segundo nuestro guía. Y a comer, que estábamos desmayados y el almuerzo hacía rato que estaba preparado: carne con papas (compuesto de toda la vida), huevo estilo tortilla francesa (un ingrediente imprescindible en la dieta de Malasia) y vegetales al vapor recolectados de la zona. Y de postre una fruta tropical muy parecida al lychiee: rambutan.


Después nos cambiamos de ropa en nuestra cabaña ¿de lujo? Uff, tenía aberturas por todas partes y estaríamos expuestos a cualquier visitante que se pudiera colar entre las rendijas. Aquí sí aparecieron de verdad los mosquitos y nos tuvimos que embadurnar todo el cuerpo. Estábamos en medio de una selva virgen, pura vida en total libertad. Y encima éramos los dos únicos turistas…


Nos cambiamos de ropa y comenzó la aventura, adentrarnos por la selva en busca de animales salvajes (elefantes, tigres, serpientes…) Desafortunadamente (o afortunadamente, según se mire), no pudimos ver ninguno de los animales nombrados, pero sí dimos un paseo por el río ayudándonos de una rueda hinchable. Una experiencia muy divertida. ¡Y qué silencio tan inmenso había! Solamente se escuchaban los sonidos que los animales emitían.




Al llegar al campamento, un té y galletas saladas nos esperaban. Yo estaba con el apetito rebosante. Y siempre había algo que nos recordaba el consejo de la sonrisa.


Después pudimos dar un paseo por el pueblo justo antes de que empezara a llover, porque llovió y no se nos ocurrió otra cosa que bailar bajo la lluvia. Mirar al cielo y sentir cómo el agua resbalaba por nuestra piel mientras no paraba de brincar y agradecer. Sin duda, es uno de los grandes regalos que me llevo de este viaje tan aventurero.


También comentar que para la cena probamos el bambú y nos explicaron cómo se cocinaba. El cocinero era un verdadero manitas. Un pueblo muy pequeño en el que prácticamente todos eran familia, por eso nos dijeron que era muy complicado conseguir pareja. ¿Se estarían insinuando? :-)


Parece todo tan idílico, ¿verdad? Ya les adelanto que no siempre fue así. Por la noche tuve que empezar a hacer frente a mis miedos…

miércoles, 26 de octubre de 2016

Pacífica tormenta

Los días grises me invitan a mirar a través de la ventana y deleitarme con la lluvia que va cayendo hasta mojar la tierra o la calzada. Como si fuera un niño que ve caer el agua por primera vez, pero en Lanzarote pasa tan de vez en cuando, que cuando sucede es como si fuera la primera vez. Y refugiarme entre las letras para sacar aquello que llevo dentro, tecleando a ver qué sale pero sin esperar que salga nada. A ver qué sale si es que sale algo. La tormenta a veces te sorprende, regalándote llamadas inesperadas o mensajes que estuvieron en tu móvil pero que por razones inexplicables desaparecen, como si el vendaval se los llevara. ¿Será el destino, tal vez? Eso me dijo ayer el maestro de mi vida, siempre presente. Me alegró mucho escucharlo, sentirlo, aunque fuera lejano. Pero en mi corazón está muy cercano.


¿Por qué siento paz donde aparentemente hay tormenta? Siento paz, un indicativo de que estoy sanando…

martes, 25 de octubre de 2016

Madrugada Día 11: Lo imprevisible de la naturaleza

Emocionarte al sentir la humildad que recorre la piel de la otra persona. Su piel es mi piel y nos erizábamos con la bondad que reflejaban sus palabras, su mirada. Nos estábamos desnudando el alma. Contar nuestra experiencia, aquella que nos ha hecho llegar hasta este presente que nos envuelve. Si nos sentimos orgullosos de lo que hemos logrado y la gente se emociona al escucharnos, ¿por qué no contarla entonces? Hay secretos que tal vez sea mejor desenterrarlos con la gente que amamos. Gracias amiga, por ese corazón maravilloso…


Y ahora sigo con el relato del viaje…

Martes, 27 de septiembre de 2016

Después de un cambio de habitación por unos “visitantes peculiares” que vinieron a pasar la noche con nosotros, puse el despertador a las cuatro de la mañana porque a las cinco debíamos coger el ferry de vuelta a Mersing.

Sonó el despertador y fuimos a la otra habitación a recoger nuestras mochilas. Antes de entrar, recuerdo ver que el mar estaba en calma total, como si fuera una balsa de aceite. Mi compañera fue al balcón a recoger la ropa que estaba tendida y al cerrar la puerta, se desató la tormenta. Nos miramos extrañados y sorprendidos por ese vendaval inesperado que, conforme pasaban los segundos, iba cogiendo más fuerza.

«Me da que el barco no va a salir», comentamos, porque desde el muelle del hotel al embarcadero principal teníamos que trasladarnos en un bote pequeño. Efectivamente, al rato nos confirmaron que el barco no podía salir y que intentaríamos coger el siguiente de las nueve de la mañana, siempre y cuando la tormenta amainara.

Nosotros teníamos una excursión reservada para visitar el Parque Nacional Endau Rompin a las 8:30 horas, así que los pensamientos empezaron a agolparse en mi mente: «¿Y si perdemos la excursión? ¿Y si no nos devuelven el dinero? ¿Y si la tormenta sigue unos días más y perdemos también el vuelo de vuelta a Lanzarote?». Y mientras mis pensamientos me intentaban asustar, el viento no paraba de soplar, intentando arrancar los tejados que nos cobijaban de la lluvia. Era una tormenta…

Hasta que fuimos a la habitación a intentar descansar y me acordé de lo imprevisible de la naturaleza. No podemos controlar nada, y si ella quisiera, podría hacernos desaparecer de la faz de la tierra en cuestión de segundos, con un simple chasquido de dedos. «Se supone que la naturaleza es sabia y siempre quiere lo mejor para mí», me dije. «Tal vez está protegiéndonos de algo. Quizás la excursión no la debemos realizar». «¿Depende de mí cambiar esta situación», me pregunté. «No», fue la respuesta, así que me fui a dormir, y mientras lo hacía me acordé de mi madre cuando me decía que dónde diablos me iba a meter, que allá hay un montón de monzones y tifones. No sé si llegó a la categoría de tifón, pero impresionaba…

Pero qué experiencia tan maravillosa estábamos viviendo, una oportunidad única para soltar el control y dejarnos llevar. Serán los asuntos de la vida, que se haga su voluntad y no la mía. Y repitiendo el mantra «después de la tormenta siempre llega la calma” conseguí descansar… y cuando desperté ya casi no había tormenta. Había amainado lo suficiente como para coger el ferry de vuelta. «¿Llegaremos a buen puerto?», me pregunté. Será lo que tenga que ser.


Y sí, llegamos al puerto, pero a qué puerto…

lunes, 24 de octubre de 2016

¡Quítale importancia!

Ya lo decía Antonio Gala: «La felicidad es darse cuenta que nada es demasiado importante».


Cuando le damos demasiada importancia a algo aparece el control y querer controlar todo ya sabemos que es muy agotador. En cambio, quitarle importancia a las cosas te hace feliz. El cuerpo se relaja y la sonrisa adorna nuestra cara. Suceda lo que suceda, ¡quítale importancia!

jueves, 20 de octubre de 2016

Cuando abracé la vida

Sí, siempre recordaré el momento exacto en que empecé a abrazar la vida. Y siento que la sigo abrazando con todas mis fuerzas para no dejarla escapar, porque ya sé lo que es perderla de vista y anhelar recuperarla. Siempre recordaré esta experiencia que me ha tocado vivir como el mejor momento de mi existencia, aquel que ya viví, porque ahora estoy también en el mejor momento de mi existencia, este que me está tocando ahora vivir. Claro que este momento nada tiene que ver con aquel otro momento, pero quizás tuve que pasar antes por el primero para vivir y disfrutar de este tiempo presente. ¿Qué es la vida sino una sucesión de momentos que van marcando el camino que vas recorriendo? ¿Y si cada momento fuera tu mejor momento, aquel que necesitas vivir? Mi mensaje siempre será mi experiencia, porque mi experiencia es lo más valioso que puedo ofrecer a todo aquel que lo quiera, sin más, sin intentar convencer, sin pretender imponer. Lo único que quiero seguir haciendo es saborear todas las gotas de esta vida que me embriaga, que me contagia.


Y por aquí dejo el link de la entrevista que me hicieron en el programa La Maresía, donde siempre me siento arropado y bien acompañado por mi gran amiga Pepa González.



Amigos y amigas, sigamos juntos disfrutando del abrazo de la vida…

Día 10: La isla de las mariposas

Lunes, 26 de septiembre de 2016

Después de un sueño reparador, desayunamos en el único restaurante del hotel, que estaba regentado por una familia y cada uno ejercía su función con la mayor tranquilidad del mundo. ¡El estrés no existía en Tiomán! Yo me pedí un sándwich de queso y tomate y al final me lo trajeron de tomate, pepino y mantequilla. La carta decía una cosa y ellos traían otra, pero estaba riquísimo igualmente.

El día amaneció espectacular y nos dispusimos a patear la isla hasta llegar a los poblados más cercanos. En Tiomán nos volvimos a encontrar, por tercera vez, con un simpático señor y nos enseñó a decir “gracias” (terima kasih) y “de nada” (samá samá) en malayo.



Después cambiamos de dirección y nos dirigimos a la playa de Monkey Bay. Durante el trayecto pudimos ver monos y lagartos, incluso mi compañera llegó a divisar una serpiente negra con rayas amarillas, pero lo que pudimos ver sobre todo fueron mariposas, de todos los tamaños y colores: marrones, naranjas, amarillas, negras y blancas, incluso llegué a ver una turquesa y otras negras tan grandes que más que mariposas parecían avionetas. Por eso me dio por decir que Tiomán era la isla de las mariposas…


Al llegar a la playa nos pusimos nuestros tubos y caretas y comenzamos a disfrutar del fondo del mar. Puedo afirmar que aquí ha sido la primera vez donde he podido ver un coral de verdad, y no uno sino muchísimos, de todas las formas y colores, y peces, también muchos peces que nada tenían que ver con las fulas o castañetas que están por Lanzarote. Aquí eran otros totalmente distintos. Incluso pudimos ver una tortuga gigantesca. Lo que no vi fue al tiburón, y reconozco que a pesar de los miedos, una parte de mí tenía la curiosidad de encontrarse de frente con uno para conocer cuál hubiera sido mi reacción. Hasta que no me enfrente, no lo sabré. ¿Estoy loco, verdad? Fue un fantástico día para nadar y practicar, porque en menos de dos semanas tendría la travesía a Nado El Río. Al final, sin pretenderlo, nadé como unos mil metros. Pero la travesía ya pasó y el reto fue superado…




Y lo anecdótico en la playa de Monkey Bay fueron precisamente los monos, que se acercaban de forma inocente y amistosa, pero que después intentaban robarte todo lo que pillaran. Tal vez los atraje yo porque estaba comiendo cacahuetes, todo un manjar para los macacos. Tuve que estar vigilante, pero ellos no se asustaban, incluso te intentaban amedrentar enseñándote sus colmillos bien afilados. Pero yo tampoco les tuve miedo. Fue una guerra sin cuartel y hasta corales les lancé, jeje. Finalmente llegó la paz, pero fue divertido jugar. Me lo pasé pipa…



Y la vuelta la hicimos en taxi, en un water taxi, que ya habíamos caminado bastante. El mar estaba tan en calma que jamás se me hubiera pasado por la cabeza lo que sucedería al día siguiente...


miércoles, 19 de octubre de 2016

Día 9: Achicando el agua

Después de un día tan emocionante por el recibimiento del primer ejemplar del libro, continúo con la aventura...

Domingo, 25 de septiembre de 2016

Seis y media de la mañana. Bañador, pantalón rojo, camiseta azul, protector solar, gafas y cholas. Yo ya iba dispuesto a pasar el día en la playa desde buena hora de la mañana. Pero al salir a la calle nos topamos con una lluvia inesperada. ¡Vaya! No había llovido hasta la fecha y tenía que ser precisamente hoy, cuando nos dirigíamos a la isla de Tiomán. Aunque también hago constar que desde antes de llegar a Malasia, y sobre todo porque había visto previamente la previsión meteorológica y daban lluvias, me dije que no me importaría vivir un día de tormenta, porque donde vivo no es lo habitual y también lo quería disfrutar. Pues bien, mi deseo no se hizo esperar, pero ¿precisamente hoy, un día de playa? :-)

A las ocho cogimos el ferry, y aunque mi compañera quería subir a la parte de arriba a pesar de la lluvia, al final todos los pasajeros tenían que sentarse en la zona cubierta. Y después comprendimos por qué… El barco comenzó el trayecto con una velocidad moderada pero, de repente y sin previo aviso, empezó a acelerar como si no hubiera un mañana. Más que deslizarse sobre el agua parecía que volaba sobre las olas. Y es que estábamos en medio de una tormenta aunque por el cristal poco podías divisar, a excepción de las luces provocadas por los relámpagos. Al rato se empezó a filtrar agua por los cristales y uno de los tripulantes del barco empezó a repartir paños para achicar el agua, así que un servidor, que estaba próximo a una de las muchas ventanas, empezó a achicar el agua. Me pasé el trayecto escurriendo el paño en el suelo y volviéndolo a colocar entre las rendijas para que el agua no entrara. ¡Aquí todos teníamos que colaborar si no queríamos que la nave naufragara!



Al llegar a nuestra parada, supuestamente nos estaría esperando una embarcación menor para acercarnos al hotel donde nos íbamos a alojar, pero allí no había nadie y nosotros tampoco teníamos ningún teléfono de contacto para avisar de que ya habíamos llegado. Nos tocó esperar y cultivar la paciencia, pero estábamos bien resguardados gracias al toldo que nos cubría porque la lluvia seguía, ligera pero constante. Y justo en ese momento descubrí el vozarrón de mi amiga, todo un potencial para cantar. Entre risas y cantos, pasamos el rato. Y es que nos reíamos de nosotros mismos, porque a pesar de tener ciertas expectativas no estábamos aferrados a ellas. De imaginar un día idílico en la playa, tumbados en la arena bajo un sol radiante, pasamos a tener un cielo encapotado con nubes que ocultaban el sol. Así que lo mejor fue reírse y disfrutar...



Después de casi dos horas, cuando el mar se empezó a calmar y la lluvia dejó de caer, nos vinieron a recoger. Bueno, pues si tenemos que estar en la habitación estaremos en la habitación, ¿qué le vamos a hacer? Eso fue lo que pensé...


Pero quizás la aceptación tuvo su recompensa, porque el día cambió radicalmente y pudimos disfrutar de una de las mejores puestas de sol que recuerdo. ¡Y ya queda menos para acabar mi relato viajero!





La emoción de verlo por primera vez

No puedo parar de saltar, no puedo parar de reír, pero a la vez estoy trabajando y debería guardar la compostura, eso es lo que me susurra la cabecita, pero si algo tengo es que no puedo disimular lo que siento. Será un gran día para compartir mi alegría con las personas que me vaya encontrando por el camino. El pequeño ya está aquí y estoy sintiendo la emoción de verlo por primera vez. Y pensaba escribir sobre el viaje y tal vez lo haga más adelante, pero ahora es momento de soltar toda la energía que llevo dentro. Y saltaré, y seguiré llorando, como cuando lloré nada más abrirlo y abrazarlo. Sólo me queda dar un paso antes de presentarlo. Gracias, muchas gracias a todo el equipazo que me acompaña por hacer de este proyecto una realidad… 

martes, 18 de octubre de 2016

Soy responsable

Este fin de semana lo quise aprovechar para estar solo y mirar de frente a la soledad. Me dio tiempo de hacer muchas cosas, como ir al mercado y llenar la despensa después de cuatro semanas de ausencia. También para cocinar, ir al cine, pasear. Y paseando por la playa me dio por reflexionar sobre los últimos años tan intensos de mi vida, porque si hay un adjetivo clave para describirlo, ese es el de intenso.


He agarrado bien el timón de mi vida y ahora siento que soy el único responsable de mis actos. Y me encanta esa sensación, la de sentirme responsable. Decida lo que decida, haga lo que haga, es responsabilidad mía. A veces no sé qué decidir y miro al cielo como buscando ayuda: «Que se haga tu voluntad y no la mía». De eso también soy responsable. Tengo la posibilidad de estancarme en el pasado o seguir caminando. Y de repente me veo caminando…


Soy responsable de todas las palabras escritas porque nadie me obliga. Soy responsable de mi vida. Y no hay más.

lunes, 17 de octubre de 2016

Tocado y flotando

- ¡Qué sufrimiento! -, me dijo la chica que estaba a mi lado al acabar la película.  - No -, le respondí mientras negaba también con la cabeza, aunque me da que no se percató de nada por la oscuridad de la sala. Y es que mi lectura fue la de soltar todo el sufrimiento permitiendo ese dolor que todos tememos. Una vez te abandonas a ese dolor inevitable, el sufrimiento se desvanece. También me quedo con lo de abrirnos a contar la verdad más simple, expresar aquello que sentimos sin miedo a nada…


Otras frases que quedaron guardadas en mi memoria fueron «a la gente le asusta aquello que no entiende» y «¿Qué es un sueño? ¿Y si todo lo demás fuera un sueño?». La película Un monstruo viene a verme me dejó tocado y flotando, levitando, permitiendo expresar aquello que durante este fin de semana ha aflorado. La verdad más simple está en mis manos…

viernes, 14 de octubre de 2016

Día 8: Cometas en el cielo

Sábado, 24 de septiembre de 2016

Tras el desayuno volvimos a empacar las maletas y fuimos rumbo a Mersing. Cada vez que llegábamos a una estación, era como si alguna guagua estuviera esperando por nosotros, porque siempre salía unos minutos después. Era «llegar y besar el santo», según palabras de mi compañera. A partir de ese día dejaríamos atrás la ciudad y nos esperaría la naturaleza…

¿Qué encontramos en Mersing? Una nueva fiesta, pues ese día celebraban la «Fly Festival 2016», así que todo el cielo se llenó de cometas de todas las formas y colores. Incluso las típicas piñatas para niños las hacían ayudándose de cometas, pues enganchaban las golosinas con trozos de papel simulando un paracaídas y las lanzaban desde arriba. Una fiesta inesperada que nos provocó muchas risas, sobre todo al probar una bebida un tanto desconocida…









Y es que en Mersing nos estallamos de la risa hasta casi dolernos la barriga. Es, probablemente, uno de los recuerdos que jamás podré olvidar, yo doblado de la risa en medio de la carretera por los comentarios de mi compañera. Y es que a veces, para ir a comer, nos costaba muchísimo escoger, y no precisamente porque nos apeteciera un montón de cosas, sino por todo lo contrario. Quizás yo era más lanzado, pero afortunadamente mi compañera me paraba a tiempo para evitar comer… (dejémoslo ahí). Aún así, superamos el reto de probar cosas nuevas, algunas de ellas muy buenas, pero si el local está limpio, mucho mejor.

Todos sonreían al mirarnos, quizás porque éramos de los pocos turistas que transitaban libremente ya que nos costó encontrarnos con algún que otro mochilero como nosotros. Y todos iban en motocicleta, era el pueblo de las motocicletas, incluso en algunas de ellas iban montadas hasta cuatro personas. Vamos, toda la familia...


Al final del día cruzamos el puente para, desde la otra orilla, contemplar el mar con tranquilidad y recibir la noche que empezaba tímidamente a aparecer. Ese día cumplía cuatro años con el blog y era la primera vez que no escribía en un día tan señalado, pero las vacaciones fueron completas y no sucumbí a la tentación de encender un ordenador. Aún así, fue un bonito día para recordar toda la travesía que juntos hemos andado. Juntos, de la mano, seguimos caminando…



Al regresar al hotel, ya de noche, nos encontramos con Kamal, un malasio que, al preguntarnos por nuestra procedencia y afirmarle que éramos españoles, se arrancó a cantarnos el estribillo de la canción de Enrique Iglesias: ¡bailandoooo, bailandoooo! Nos dijo que nos había visto esa tarde en la estación. También nos contó que no sabía mucho inglés, pero al despedirse de nosotros nos dijo: ¡Be careful! (¡Tengan cuidado!) ¿Qué querría decirnos con eso? ¿Acaso caminar a oscuras por la noche entrañaría algún peligro? Nada que ver, pero el comentario nos dio mucha risa.


Ahora que lo estoy recordando, quizás nos estaba avisando de la tormenta que se avecinaba...

jueves, 13 de octubre de 2016

Día 7: Orquídeas y plátanos rojos

Viernes, 23 de septiembre de 2016

Ese día llegamos a Singapur, después de pasar un largo control de seguridad y coger una guagua que nos llevara al centro. Nos orientamos como pudimos, pues ni siquiera teníamos un mapa en condiciones, y no nos fue del todo mal. Yo diría que incluso genial. Eso de andar hacia donde nos llevara el corazón se nos dio de maravilla…

¿Y qué hicimos allí? Visitar la marina y su impresionante distrito financiero lleno de rascacielos. Incluso subimos al observatorio del, probablemente, hotel más caro de Singapur, o por lo menos sí el más alto (Marina Bay Sands Hotel). El almuerzo no podía faltar, disfrutando de unas vistas impresionantes y probando una cosa nueva: el zumo de fruta de dragón.







¿Qué hicimos después? Guiándonos por el plano del metro nos dio por bajarnos en el Jardín Botánico. Impresionante el cambio tan radical de escenario. De pasar del tumulto y los impresionantes rascacielos, a la paz y tranquilidad del jardín. Allí incluso visité por primera vez un jardín de orquídeas, una de mis plantas favoritas…







Como aún teníamos tiempo, nos dio por bajarnos en Little India. ¡Qué casualidad, pero allí también estaban celebrando sus fiestas! No sé cómo nos las arreglábamos, pero a cada sitio que íbamos la fiesta nos recibía. Y allí vi por primera vez una especie de plátanos rojos, que al parecer proceden de la India. Me picó tanto la curiosidad, que no quise desaprovechar la oportunidad de probarlo. Son más gordos pero menos sabrosos, así que para gustos colores…





Y eso fue lo que aconteció en nuestra visita a otro país: ¡Singapur!