Imposible mantener la compostura en el asiento. Con cada nota que
escuchaba, mi cuerpo vibraba. Cada acorde provocaba un estremecimiento, un revoltijo
de emociones que jamás había experimentado con tanta fuerza a través de la
música. Su música llegaba, llegaba a no sé dónde, pero llegaba. Fue imposible
mantener la compostura porque mi cuerpo pedía a gritos moverse. La
sensibilidad de Ernesto tocando el piano, su instrumento, traspasó
barreras y, con cada pieza que tocaba, la intensidad iba en aumento. Tuve que
salir antes, sólo alcancé a escuchar la novena, pero suficiente para rendirme a
su delicadeza. ¡Bravo Ernesto!
Me dejó desorientado. Al salir del local sabía dónde tenía que ir pero
estaba como flotando, levitando. Escuchar esas notas me revolucionaron y quiero
seguir escuchándolo…
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