Yo: A ver,
¿tú quieres que te dé un abrazo consciente?
Papá: ¿Un qué?
Yo: Un abrazo consciente.
Papá: ¿Y qué
es eso?
Yo: Ven, que
te lo explico.
Entonces lo
puse frente a mí, le cogí las manos y empecé a decir:
Yo: Mírame a
los ojos y ahora, cuando nos abracemos, siente como si te estuvieras abrazando
a ti mismo…
Y ya no pude
decir nada más, porque la cara de mi padre era un auténtico poema al no
entender nada. Si a eso le sumamos que mi madre estaba sentada en el sofá
exclamando “¡Ay Dios!” y mi hermana también estaba presente partiéndose de la
risa al presenciar semejante escena, hizo que mi padre y yo también nos
riéramos y aprovechó para huir despavorido porque no veía nada claro lo del
abrazo. Vamos, que a pesar de no abrazarnos me divertí un montón y terminé
dándole un coscorrón para que se conectara con la alegría de su corazón.
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