lunes, 20 de marzo de 2017

El circo

-¿Vas a ir al circo?-, me preguntó entre risas un compañero de trabajo. -No creo, que habrá muchos niños-, contesté yo mientras ponía cara de no querer mucho jaleo. Pues bien, ¿dónde acabé el sábado por la tarde? En el circo. Era una sorpresa que me tenían preparada y no tenía ni idea, aunque es verdad que minutos después de esa pregunta una certeza recorrió mi cuerpo al pensar en esa posibilidad…


Y lo disfruté, encima en un asiento privilegiado y siendo objeto de las bromas de los payasos que no pararon de meterse conmigo, incluso me tiraron un cartón repleto de palomitas de maíz por encima. O sacaba al niño que llevo dentro o sacaba al niño que llevo dentro, no había más opciones. Esa es la propuesta que constantemente me está haciendo la vida, que no me olvide de la espontaneidad e inocencia. Y lo terminé sacando, riéndome y poniéndome tenso con las actuaciones de los artistas, temiendo que se cayeran. Ahí también se percibe la magia del circo, pues los fallos te hacen ver la valía y el mérito de lo que estás viendo. Puro directo, pura verdad. Y mereció la alegría...

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