El alboroto de las primeras personas al entrar hacía presagiar que el teatro se iba a llenar y no paraba de dar
saltos simulando al de la portada del libro. Era mi forma de afianzarme, de
tranquilizarme. El momento de la verdad había llegado. Esperamos detrás del
escenario hasta que las cortinas se abrieron y la música empezó a sonar. Quería
escuchar aunque solo fuera el primer compás, porque después tuvimos que salir
por la puerta lateral del teatro para acceder al hall y colocarnos los
micrófonos. Descalzo, estaba descalzo y volví a saltar una, dos, tres y hasta
cuatro veces seguidas mientras la gente seguía llegando y se colocaban de pie o
sentados en el pasillo porque todos los asientos estaban ocupados. Seguía
saltando, parecía una liebre que necesitaba volar para soltar ese cúmulo de
energía, un revoltijo de emociones que anidaban por dentro. Era una fiesta que
muchos años atrás había visualizado desde la comodidad de mi cama y estaba a
punto de hacerse realidad, y frente al espejo del baño me recordé la función que
me tocaba desempeñar, el mensaje que quería dar. Ahora o nunca, es tu
oportunidad…
Terminó el
concierto, se proyectó el booktrailer y desde el fondo y tímidamente, porque no
quería que nadie me viera, pude divisar las imágenes que acompañadas con la
música erizaban los poros de mi piel. Hasta que cambiaron el decorado y mi fiel Pepa me hizo señas con
la cabeza de que debíamos pasar, nos activaron los micrófonos y ella me empezó
a preguntar: -Ibán, ¿tú te esperabas tanta gente por aquí?-. «Ya, habla, es el
momento», me dije, aunque otra voz a la que no le hice caso me intentó intimidar diciéndome que me quedaría en blanco. Y así fue como empecé a improvisar…
Y el sábado habrá una nueva presentación donde me volveré a emocionar, volveré a sanar, volveré a disfrutar...
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