Ha sido tan intenso lo vivido este fin de semana, que mejor comenzar a
contar por el final, lo que tengo más fresquito en mi memoria. Reencontrarme
con personas del pasado, mirar sin vacilar a los ojos de ese niño adulterado que
tenía frente a mí y que afirma estar asustado, que le doy pánico, inconsciente
tal vez de que el tesorero que almacena y provoca sus miedos está dentro y no fuera. Oportunidad de expresar, de no necesitar nada ni a nadie para mostrar mi verdad, con compasión, creando el guión de mi
propia cinta. Y no es el único que reconoce tenerme miedo. ¿Qué estoy
haciendo para atemorizar a la gente? Hablar con claridad, me dijeron…
Y después mi gran familia, esa con la que me vuelvo a desnudar. Y reír,
sobre todo reírme de mí mismo. Escuchar la voz que me ha encandilado y jugar,
jugar como nunca antes lo habíamos hecho, haciendo mímicas para adivinar
películas y descubriendo tal vez el origen de la felicidad…
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