Y después de un largo paseo por la playa, al llegar al coche me di
cuenta de que había perdido las llaves. Hace cuatro años hubiera entrado en
shock, corriendo de un lado para otro, intentando buscar sin saber por dónde
empezar, cabreándome con el mundo y maldiciendo mi mala suerte.
Ayer, cuando me percaté de lo sucedido, lo primero que pensé es que tal
vez no llegaría a tiempo al curso que quería asistir de oyente. Empecé a reírme
al pensar que es la única llave del coche que tengo y que sería como buscar una
aguja en un pajar. En lugar de quejarme, mantuve la calma y traté de buscar una
solución, no dando por perdida la llave sin haberlo intentado antes. Entonces
me acordé de que en un lugar concreto me puse a dar vueltas como un trompo
bailando de felicidad. Tal vez estén allí, me dije, por lo que fui directo al
lugar y a lo lejos divisé algo brillante sobre la arena. Podrían ser las
llaves, confié, así que fui corriendo hasta acercarme lo suficiente y confirmar
que efectivamente eran las llaves que ya casi estaban totalmente enterradas
bajo la arena. Las cogí y salté de júbilo porque para mí fue mágico lo que
sucedió. En lugar de atacarme me tranquilicé y la solución llegó un minuto
después.
Tal vez fue suerte, tal vez mi nueva forma de tomarme las cosas, una
llave que abre el candado de la libertad.
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