Después de casi 60 días, por fin salió del hospital y ahora le espera una
nueva oportunidad. ¿Será capaz de no caer en la tentación de los hábitos
tóxicos y se conectará con la alegría que cada momento le pueda aportar? Yo
quiero confiar…
Pero antes de salir del hospital se produjo una conversación entre mis
padres en la que yo era un mero espectador sonriente. Y así fue como empezó el
diálogo, porque mi padre me vio sonreír mientras lo miraba…
Padre: Ah, ¿te ríes? Si a ti te pasara lo mismo que yo…
Madre: Bueno, él también pasó por lo suyo.
Padre: Sí, pero no es lo mismo.
Madre: Quizás lo de él fue peor.
Padre: No, yo estuve muerto.
Y con esa última afirmación de mi padre no pude sino reírme una vez más, además de sentir curiosidad por lo que pudo experimentar, pero no se acordaba de nada. El
hombre presumía de haber estado “muerto”. Era una especie de “lo mío es
peor que lo tuyo”, un “yo más que tú”. El victimismo se apoderaba una vez más
de él, sintiendo un miedo extraño cada vez que tenía una mínima posibilidad de
salir del hospital. Y así se lo transmití, que tenía miedo. Esas cuatro paredes
se habían convertido en su “zona de confort”, pues aunque una parte de él
quería salir de allí, la otra sabía que fuera del hospital tendría que tomar
las riendas de su vida y empezar a emprender acciones, asumiendo toda la responsabilidad.
Y sí, quiero confiar en que aprovechará esta segunda oportunidad…
Y a propósito de muertes, ya sé quién es el que morirá en agosto. Cosas
mías que algún día contaré, jeje!
No hay comentarios:
Publicar un comentario