domingo, 14 de mayo de 2017

Día 8: Entrenando en la playa

Hay cosas que solo se pueden vivir una vez en la vida. Y con la sensación de haber exprimido al máximo la experiencia en el desierto, iniciamos el camino de vuelta a Marrakech pasando por otros lugares como el Valle del Draa, con una extensión de más de 100 kilómetros entre Ouarzazate y las puertas del desierto, muy verde y con palmeras datileras...


Durante el viaje de vuelta el silencio era invencible sobre todo lo demás, ni las canciones que se escuchaban a través de la radio del coche lo despistaban. No sé si fruto del cansancio. En mi caso prefería callar y evocar lo vivido antes de hablar por hablar...

Y al día siguiente, como desde Marrakech hacia el sur no hay vías de tren, para llegar a Agadir tuvimos que utilizar otro medio de transporte, la guagua. Casi cuatro horas de recorrido hasta llegar al paraíso...


Y lo llamo así por el hecho de estar en un hotel junto a la playa y porque queríamos tomarnos el día para disfrutar del sol y pasear. De hecho, la playa de Agadir resultó ser un gran descubrimiento. Por su larga extensión, unos 6 kilómetros aproximadamente, me recordó a Famara, pero en realidad era un núcleo turístico como Puerto del Carmen. En vez de un macizo salvaje y natural, la playa estaba rodeada de hoteles...

Dado que la carrera en la que ya participé estaba próxima, decidí correr un poco para probar mis sensaciones y en lugar de hacerlo en el gimnasio del hotel, aproveché la playa para entrenar. Y luego para darme un refrescante baño y descansar... 


Aunque sol hubo poco, todo hay que decirlo. Pero la sorpresa fue encontrar, por fin, los famosos dulces turcos por la avenida. Por fin, porque habíamos intentado buscarlos por todo el país, pero la repostería marroquí es un tanto diferente. Era nuestro último día completo y cargamos con un amplio surtido. Al ser hechos con miel, vía libre para comerlos...

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