viernes, 12 de mayo de 2017

Día 7: Bailando en el desierto

Esa noche encontré justo lo que buscaba…

(Domingo, 30 de abril)

Esto fue lo que empecé a escribir en el desierto…

«En mitad de la nada, rodeado de un montón de dunas de arena y sentado junto a un dromedario que está descansando. La noche llega, pero aún tengo unos minutos de luz para plasmar con palabras lo que estoy sintiendo. Gratitud por estar vivo, eso por encima de todo, libertad por estar con los pies descalzos sobre la arena y tener la sensación de poder andar hacia donde quiera, y paz por estar en un lugar en el que el silencio reina sobre todo lo demás. Alzo la cabeza hacia el cielo y mis ojos se fijan en la única estrella que brilla en el firmamento, la primera de muchas, porque intuyo que vendrán más y presenciaré una noche estrellada y llena de sueños.».

Y de repente me sorprendió la instantánea que me hicieron mientras estaba leyendo. El dromedario se había despertado y estaba atento, como si le estuviese contando un cuento…


Éramos ocho en el campamento, Roland y Margit, una pareja de Austria, Rachel, una americana que hablaba muy bien el español porque estuvo viviendo durante cuatro años en Valencia y a la que le acabé regalando un libro, Lyla, también americana y amiga de Rachel que estaba realizando trabajos de gestión medioambiental en el país, Sarah, la niña que vivía con Lyla en una especie de casa de padres de acogida, Hassan, nuestro guía, Ángela y un servidor. La niña formó un círculo entre nosotros y, en cierto modo, fue el pegamento que nos fusionaba. Tal y como les dije mientras nos tomábamos un té a la luz de las estrellas, que ya comenzaban a aparecer, dada la cantidad de personas que habitan el mundo, era un auténtico milagro que hubiéramos coincidido todos en ese mismo instante y lugar. Así fue…



Y después la cena, el mejor tajine del viaje cocinado con leña, lo que multiplicaba su sabor. Mientras cenábamos, una música de fondo nos invitaba a bailar…


Y la sorpresa fue que Hassan, nuestro guía, nos invitó al campamento vecino para mezclarnos con los lugareños y disfrutar con la música. Unos sonidos que, tal y como vaticiné, me invitaron a bailar, así que soltando la vergüenza inicial me puse en pie y comencé a imitarlos, hasta que me dejé llevar y ellos también me imitaron. Estaba bailando en el desierto, con los pies descalzos y rodeando una hoguera con la que calentaban los instrumentos. De vez en cuando miraba al cielo y no paraba de sonreír y agradecer, porque estaba vivo, eso por encima de todo, y porque seguía sin saber dónde demonios estaba, incapaz de localizar mi ubicación en un mapa, pero allí estaba, bailando en el desierto, mezclándome con los locales y compartiendo con ellos, justo lo que buscaba…


Esa noche quedará grabada por siempre en mis recuerdos…

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