Me han pasado tantas cosas durante el último mes, que he tardado muchísimo en contar la experiencia de mi viaje por Malasia y Singapur, pero por fin hoy cierro este capítulo.
Últimos días (del 29 de septiembre al 2 de octubre de 2016)
Después de tres días en condiciones un tanto precarias, regresamos a Mersing
en busca de un hotel donde resguardarnos tras la experiencia selvática que
tanto nos había marcado. Y fuimos al aparentemente mejor hotel, aquel que lucía
más grande, sin tener una reserva hecha pero con la esperanza de encontrar
alguna habitación disponible. Y tuvimos esa fortuna. Siempre recordaré el
abrazo en el que nos fundimos mi compañera y yo al comprobar que del baño salía
agua limpia y transparente. Algo tan simple como eso nos llenó de alegría. Y es
que pasar de la pobreza a la riqueza y viceversa, nos llevó a valorar y
agradecer en todo momento lo afortunados que éramos cuando podíamos disfrutar
de elementos tan esenciales como el agua. Aunque nuestro espíritu nos llevaba a
adaptarnos a cualquier circunstancia…
Y de vuelta a Kuala Lumpur, nos volvimos a quedar en un excelente
hotel. Y lo que le propuse a mi compañera para que perdiera la vergüenza, lo
terminé haciendo yo: bajar al desayuno en chanclas y pijama. Fue una sensación
rara el sentirme observado, pero una vez te centras en ti todo lo demás carece
de importancia…
Siempre recordaré Malasia como el país de las palmeras, pues
cuando cogimos el avión rumbo a la escala que haríamos en Singapur, pude
divisar un montón de hectáreas de terreno cubiertas de palmeras. Jamás había
visto tantas. Y en el avión otra novedad, pues repartieron a los pasajeros unos
bombones helados. Lo nunca visto…
Y no quiero terminar sin agradecer especialmente a mi compañera Desi, una
gran amiga con la que la risa y la espontaneidad estaban aseguradas. ¡Con
menuda joya me vine a juntar! Gracias por todo lo compartido, por habernos
escuchado y comprendido, incluso gracias por ser mi espejo en muchos aspectos.
El consejo que nos dieron fue que nos riéramos mucho. Lo hicimos, nos reímos muchísimo...
Y después de mi primera experiencia viajando de forma más o menos
improvisada, y recalco lo de “más o menos” porque incluso se podría improvisar
mucho más, me dio la sensación de que me puedo comer el mundo. Si voy con la
mente abierta y el corazón atento, podré llegar hasta donde quiera llegar.
¿Habrá un nuevo viaje improvisado? Me encantaría…
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