viernes, 23 de junio de 2017

La tarta de la abuela

Mientras escribo el título de la entrada me pregunto por qué le han puesto ese nombre, porque mis abuelas, que yo recuerde, nunca la hicieron. El caso es que esta tarta me enamora, sobre todo cuando la tomo en un lugar que, según palabras de alguien que no quiero nombrar porque se sonroja: «es un sitio donde van cuatro locos como tú, dejan entrar a los perros y comen no sé qué…» Pues uno de esos “no sé qué” es la tarta de la abuela. Y como estoy acostumbrado a pedir el menú sin saber lo que hay, para sorprenderme con lo que llegue a la mesa, cuando veo el postre empiezo a salivar y me lo como en un “plis plas”, o como se diga. Cierro los ojos y con cada cucharada me elevo al cielo, abro los ojos y me deleito viendo su relleno, que nunca es igual aunque el resultado final siempre es genial, vuelvo a cerrar los ojos y me imagino otra vez en el séptimo cielo… y así hasta que se acaba y solo queda limpiar el plato con la cuchara, incluso a veces confieso que lo he limpiado con la lengua como si de un niño chico se tratara. Los que me conocen saben que últimamente evito lo dulce, pero siempre hay una excepción que rompe la regla y esta tarta lo merece…


Y todo esto para decir lo importante que es no tener expectativas, porque a veces me ha pasado que he ido con la intención de comer la tarta, porque solían hacerla los viernes, y me he llevado la gran decepción de la temporada. Ayer al contrario, un jueves y apareció inesperadamente la sorpresa de la tarta. Y esta frase me encanta: «Tú no me has hecho nada, me lo he hecho a mí mismo con mis expectativas».

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