Mientras escribo el título de la entrada me pregunto por qué le han
puesto ese nombre, porque mis abuelas, que yo recuerde, nunca la hicieron. El
caso es que esta tarta me enamora, sobre todo cuando la tomo en un lugar que,
según palabras de alguien que no quiero nombrar porque se sonroja: «es un sitio
donde van cuatro locos como tú, dejan entrar a los perros y comen no sé qué…»
Pues uno de esos “no sé qué” es la tarta de la abuela. Y como estoy
acostumbrado a pedir el menú sin saber lo que hay, para sorprenderme con lo que
llegue a la mesa, cuando veo el postre empiezo a salivar y me lo como en un
“plis plas”, o como se diga. Cierro los ojos y con cada cucharada me elevo al
cielo, abro los ojos y me deleito viendo su relleno, que nunca es igual aunque
el resultado final siempre es genial, vuelvo a cerrar los ojos y me imagino
otra vez en el séptimo cielo… y así hasta que se acaba y solo queda limpiar el
plato con la cuchara, incluso a veces confieso que lo he limpiado con la lengua
como si de un niño chico se tratara. Los que me conocen saben que últimamente
evito lo dulce, pero siempre hay una excepción que rompe la regla y esta tarta
lo merece…
Y todo esto para decir lo importante que es no tener expectativas,
porque a veces me ha pasado que he ido con la intención de comer la tarta,
porque solían hacerla los viernes, y me he llevado la gran decepción de la
temporada. Ayer al contrario, un jueves y apareció inesperadamente la sorpresa
de la tarta. Y esta frase me encanta: «Tú no me has hecho nada, me lo he
hecho a mí mismo con mis expectativas».
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