«Ahora sí», esa fue la sensación que tuve. El viernes pude
contar la experiencia y transmitir el mensaje sin necesidad de vaciarme, pero sin
perder un ápice de intensidad. Estaba compartiendo la historia de un tal Ibán…
Y desde el avión pude despedirme de esa isla que cada vez que vengo me
enamora más. El cielo estaba tan despejado que se podía ver el Teide y toda la
costa norte de Tenerife. También pude divisar La Orotava
y por unos segundos cerré los ojos para volver a reencontrarme con los amigos
que hacía unas horas había dejado en la caldera celebrando un cumpleaños.
¿Habrían encontrado al cumpleañero? Lo mismo da… Con la sensación de tener
amigos que me animan a hacer locuras. Cuando nos reencontramos se enciende
la mecha del entusiasmo y nos volvemos como niños imaginando lo que está por
llegar. La vida pende de una cuerda y la decisión de hacer o no hacer algo
está en tus manos…
¿Y qué pasa si a uno que se suele comportar como un niño de cinco años,
lo recoge en el aeropuerto una que se suele comportar como una niña de cinco
años? Que la vida puede ser un auténtico musical…
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