Allí estaban sentadas, sobre una de las ramas del árbol, encandiladas por
la presencia de un gallo grandullón que, desde una rama más abajo, se paseaba
con todo su plumaje para conquistar a las gallinas que lo miraban con devoción.
Era el rey del mambo y quería acaparar toda la atención. Podían ser libres pero
eran auténticos esclavos, vivían encerrados. El mundo del gallinero es así,
unas necesitando la protección de otros porque creen que no se valen por sí
mismas, y el otro esforzándose en demostrar lo maravilloso que es porque quiere
ser el centro de atención. Una auténtica ilusión. Y unos pasos más allá estaba yo, observando la
escena de las gallinas y del gallo, recordando dónde estuve hace no tanto
tiempo. –¿Quién es el gallo?–, pregunté una vez. –Aquel que más se lo cree–, me
respondieron…
Y mientras sonreía, los dejé atrás porque seguí caminando. Sé hacia dónde quiero ir y dónde no quiero volver...
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