Allí, en la intimidad de la sala justo antes de comenzar, volví a sentir
ese nervio y adrenalina que recorría mi cuerpo. Entonces me dije que el día que
dejara de sentir ese cosquilleo es que la desmotivación se habría adueñado de
mi vida, y una vida sin motivación sabe a comida de hospital. Pero siento, sigo
sintiendo esa mariposa que revolotea por dentro, esa vida que me sana cada vez
que salgo a hablar…
Y al día siguiente me cuesta hablar porque es como si me recogiera. El
silencio se apodera. Curioso ese equilibrio entre hablar y callar, como las
olas que desembocan en la orilla del mar para dar su último suspiro o el latido
del corazón, que se expande y contrae. La vida es como un latido del corazón,
un equilibrio perfecto…
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