A veces me refugio en la música para escribir, porque ciertas melodías me
envuelven y me saben sacar. La música me hace imaginar y de repente veo un
jarrón lleno de agua que se cae al suelo, el cristal se hace añicos y el líquido
se desparrama, por todos lados, sin control. Y entonces me imagino corriendo
con un paño en la mano para limpiarlo todo, secarlo. Eso es lo que hubiera hecho el
de antes sin contemplar la belleza de lo sucedido. Pero sigo escuchando la
música y me pregunto: «¿Y si no lo hago? ¿Y si simplemente observo lo que ha
pasado?». Se cayó, el jarrón desapareció, no lo puedo reparar, pero queda el
agua que estaba aprisionada. Se la ve libre, con una felicidad inusitada. Y
rápidamente ese río bravo llega hasta mis pies, me toca y me refresca el alma. Y
me vuelvo a preguntar: «¿Y si el cuerpo fuera un hogar para mi esencia igual
que el jarrón para el agua?». Pero algún día desaparecerá y lo de dentro
avanzará, sin límites, hasta quién sabe dónde. «¿Y si hay grietas y lo de
dentro se empieza a expandir sin necesidad de que el envase desaparezca?». Es
tan ilimitado nuestro interior que aunque saliera filtrado nunca nos
llegaríamos a vaciar del todo. «¿Por qué esperar entonces a morir para
compartir? Hagámoslo ya, ahora». La música me hace preguntar y divagar…
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