Me susurró, me habló, incluso me gritó, pero era incapaz de oírla. No
escuchaba nada porque estaba aturdido por el ruidoso mundo en el que me
encontraba. Yo seguía a lo mío, caminando hacia lo que consideraba la felicidad
y ajeno al tesoro que albergaba en lo más profundo de mi alma, hasta que un
esguince en el tobillo derecho hizo que me cayera y maldije mi suerte. ¡Maldita
vida que me paras! Pero mi terquedad era tanta que ni con esas quise escuchar
lo que con tanta insistencia me quería contar…
Y finalmente me golpeó, me golpeó y empecé a despertar de ese sueño loco
en la cama de un hospital, porque allí sentí que la vida era efímera, que se
podía acabar con un simple chasquido de dedos. Y llegaste tú, irrumpiste en mi
vida sin previo aviso y te adueñaste de mi cuerpo sin permiso. ¡Menudo patán!
El miedo a morir me dejó sin aliento, pero las ganas de vivir nacieron de
dentro, como un río acaudalado y desenfrenado dispuesto a luchar contra ese
enemigo que tuvo la osadía de invadir mi espacio. Hasta que un loco feliz se
cruza en mi camino y me transmite que la lucha es un sin sentido, que lo
abrazara y escuchara. Es un mensajero que te viene a ayudar. Agradece su
compañía, abre el regalo...
Hoy han pasado más de cuatro años y sigues estando tan presente como el
primer día. Me rindo a tus pies y sigo agradeciendo que me sacaras de esa muerte
en vida, pura mentira. Al final, quién lo iba a decir, una frase me llevó a
sentir que ya no solo eras mi amigo, sino que te has convertido en el mejor
amigo de mi vida. Ya no estás, tal como llegaste te fuiste sin avisar, pero
en mi recuerdo siempre estarás…
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