Después de la Travesía El Río no había nadado tanto, pero ayer quise poner
a prueba mi resistencia, así que después de levantarme y desayunar, me fui a la
piscina a probar si era capaz de aguantar nadando un montón sin parar. Y lo
conseguí, pues hice 2000 metros sin detenerme para ver el reloj, además de que
con las gafas empañadas no ves mucho que digamos. Al principio, como siempre,
esa distancia parece inalcanzable, a años luz, pero como era algo que quería
hacer y no suponía ningún sacrificio, lo disfruté. A mi ritmo, tranquilo,
porque no tenía obligación de llegar a una hora determinada. Con esfuerzo, sí,
porque todo reto supone un esfuerzo, pero si lo haces desde la alegría y no
desde la obligación, si amas lo que estás haciendo, estás en el camino
correcto.
Y después de las últimas brazadas a un ritmo más frenético, quitarme
las gafas para ver el reloj y comprobar que lo había hecho en menos de 40
minutos, una gran satisfacción recorría mi piel, tanto que lo quise compartir con el compañero que me motiva un montón. El esfuerzo mereció la
alegría. Mejorando muy lentamente, pero mejorando al fin y al cabo. Hace un año y medio 100 metros me parecían imposibles, ahora 2000 me dan ganas de más..
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