A veces no nos damos cuenta de lo que hablamos. Sin pretenderlo repetimos
frases que, de tanto escucharlas, forman parte de nuestro repertorio habitual.
Valió la pena, fue muy duro, pero valió la pena. Enfatizamos la pena en lugar
de otros sentimientos como la alegría. ¿Por qué no decir valió la alegría
hacerlo? ¿Por qué pensamos que merece la pena sufrir para conseguir algo, por
ejemplo? Merece la alegría trabajar y ser constante para lograr aquello
que te propones…
Y sigo con el perdón, un perdón que no quiero que sea superficial sino
transformador…
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