Hace unos días me reía porque un amigo contó que un amigo tenía pánico a
jugar a la lotería. Cada vez que iba a la administración a comprobar si su
boleto estaba premiado, se le cortaba la respiración hasta que le confirmaban
que no lo estaba. Menos mal, pensaría él, porque si le tocaba habría cambios en
su vida…
Lo gracioso es que días después de recordar eso y seguir riéndome por lo
cómico de la situación, me empiezo a reír mucho más al darme cuenta de que mi
anterior versión, por así decirlo, no se diferenciaba mucho del amigo en
cuestión, pues al jugar a la lotería me empezaba a agobiar pensando qué hacer
si me tocaba el premio. ¿Y si gano dejo el trabajo? ¿Y qué voy a hacer yo con
tanto dinero? ¿Lo ahorraría o lo gastaría? Era un suponer antes de tiempo y
probablemente me asustaba que hubiera cambios en mi vida. Así era…
Hoy no juego a la lotería salvo en Navidad y, si me tocara el gordo, me preguntaría: ¿Qué nuevo proyecto u oportunidad puedo llevar a cabo con este dinero que me ha llegado sin esperar?
Hoy no juego a la lotería salvo en Navidad y, si me tocara el gordo, me preguntaría: ¿Qué nuevo proyecto u oportunidad puedo llevar a cabo con este dinero que me ha llegado sin esperar?
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