Me dicen eso y me quedo desconcertado, pues si algo me han enseñado es a no
tomarme las cosas demasiado en serio, pero también es verdad que tengo
un reto por delante y no me lo debo tomar a la ligera, así que será cuestión de
buscar el equilibrio para disfrutar a tope cuando llegue el gran día. Será
necesario conectarse con la alegría de correr y disfrutar por el camino. Es que
hablamos de 23 kilómetros… ¿Y cómo he llegado hasta ahí si el objetivo era
hacer una carrera de 10 km antes de que finalizara el año? Ni idea…
De lo que sí sé es de agradecer y ayer, después de acabar mi
entrenamiento, me senté en el mismo banco en el que me senté hace ya algunos
años. Una vista privilegiada: copas de árboles verdes y frondosos y un azul del
cielo que cubría el resto del lienzo. Y agradecí tener unas piernas con las que
poder correr, vista con la que poder ver, gusto para saborear la comida, porque
acto seguido iría a probar una nueva delicia, tacto con el que acariciarme… Y
también agradecí hacer este reto con mi nuevo hermanito, Rubén. Esas personas
que no hacen sino motivarme o que nos motivamos mutuamente. Lo cierto es que ya
visualizo nuestra entrada triunfal, juntos…
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