Érase una vez un chico temeroso y angustiado ante la inminente
noticia de un diagnóstico devastador que, en su desesperación, un día entró en
una iglesia, miró a la Virgen que presidía el altar y le pidió vivir, vivir
aunque solo fueran cinco años más…
Y vivió, vaya que sí vivió. Aprendió a conocerse y a vivir de verdad.
Cada día que despertaba se convertía en un gran regalo, una oportunidad que no
quería dejar escapar. Sus miedos se disipaban…
Pero hace unos meses una vocecita que merodeaba por su mente lo intentó asustar:
–El plazo de cinco años se cumple en agosto. Es una lástima, pero te vas a
morir. ¡Qué bobo! ¡Tenías que haber pedido más tiempo! Ahora no se puede hacer
nada…-, le susurraba la voz. Fue tan inesperado que lo cogió desprevenido, pero
enseguida echó mano de todo lo aprendido durante esos cinco maravillosos años.
Al rato se dio cuenta de que ese narrador negativo que intentaba intimidarlo
nada tenía que ver con lo que realmente era. –¡Gracias por participar! No lo
sé, tal vez muera o tal vez no, porque sé que algún día moriré, pero mientras
voy a dedicarme a vivir. Este pensamiento no significa absolutamente nada…-,
repetía sin cesar cada vez que la voz aparecía. Y lo más importante es que
nunca se peleó con ella, sino que se reía con ella, entendiendo que simplemente
hacía su función. Observar los pensamientos, pero no identificarse con ellos…
Llegó septiembre y este chico sigue vivo, más vivo que nunca, pero ¿se
imaginan qué hubiera pasado si hubiese comprado el cuento que le querían vender?
¡Qué importante ha sido la meditación en la vida de este chico! Y colorín
colorado, este cuento no ha acabado…
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