miércoles, 29 de abril de 2015

Día 10: Buceando en el Mar Rojo

El mar ya estaba entre nosotros. Días antes se había planteado la posibilidad de bucear, pero a algunos, entre los que me incluyo, les bastaba con practicar snorkel. Ponerse la careta y el tubo para ver el fondo marino sería suficiente, además de que muchos no habíamos practicado nunca el buceo. También estaba la posibilidad de hacer el curso de iniciación o bautismo, pero ante la creencia de que es una actividad arriesgada nos daba cosa recibirlo en inglés, por si no entendíamos perfectamente las indicaciones del monitor. De la misma forma que hubo resistencias iniciales, con rapidez y facilidad se produjo una reacción en cadena y acabamos todos, o casi todos, apuntándonos a la actividad...


Después de explicarnos lo que debíamos hacer si nos entraba agua en las gafas o por el respirador, y tras aprendernos las indicaciones básicas de querer subir, bajar o que todo está bien, nos pusieron una pesada botella de oxígeno a la espalda y nos adentramos en el mar. No estaba nervioso, la verdad, pero cuando te enfrentas por primera vez a algo desconocido siempre te vienen los miedos, pero inmediatamente me acordé de la frase: “el mayor antídoto para el miedo es caminar hacia el miedo”, así que con paso firme, aunque con cuidado de no caerme por las chapaletas y por la carga de la botella, me sumergí sin más...



Madre mía, otra vez haciendo algo por primera vez. Peces y corales de diferentes colores inundaron mi vista. Estaba buceando en el Mar Rojo, y aunque sólo llegamos a bajar unos cinco o seis metros, fueron suficientes para sentir la inmensidad del océano, porque por momentos no sabía ni dónde estaba...




Y por la noche, después de la experiencia, una vuelta por el centro de Aqaba para despedirnos de la ciudad y repetir cena en un restaurante en el que comimos y bebimos de maravilla, sobre todo un zumo de limón con menta rico ricooo...



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