Me recosté a su lado en un hueco de la cama, lo miraba con ternura y le
tocaba el corazón que latía con esfuerzo. Y al salir del hospital sentí que
nunca había estado tan unido a él como en ese momento. Y di las gracias por el
regalo, por sentirnos tan cercanos sin hablarnos. Me monté en la barca y empecé
a navegar en medio del sufrimiento que otros alimentaban. -¿Qué opinas?-, me
decían. Y yo no sabía qué responder, si lo que yo sentía o lo que ellos
querían. Por eso permanecía en silencio o me brotaba la risa, muchas veces incomprendida. No sé lo que pasará, no soy adivino, pero esto es una gran oportunidad
para regalar mi presencia y vivirlo desde la paz…
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