lunes, 24 de julio de 2017

Al otro lado del teléfono

Estaba al otro lado del teléfono, pero escuchar su grito rotundo de «¡Allá vooooy!» hizo que mi corazón palpitara de emoción porque también quería sentir lo que ella estaba viviendo. En cierta manera, ese grito era una invitación para que también hiciera lo mismo y encontrara la diversión en el atrevimiento: lanzarme a lo desconocido.


Sin estar presente, me la estaba imaginando al borde de un precipicio, cerrando los ojos y saltando, notando en su voz su alegría y miedos entremezclados. Y cuando traspasé la barrera imaginaria del teléfono, llegué corriendo al lugar de la escena y me encontré con un acantilado, aunque no podía ver nada más porque un manto de bruma espesa todo lo tapaba. «Cuanto más grande, más altura, y a más altura, más miedo, y a más miedo, más emoción». Era como si reprodujera los pensamientos de la niña antes de armarse de valor y saltar, porque algo en su interior, más allá de la razón, se lo proponía y ella finalmente obedecía. ¡Pero qué ganas! ¡Sentía unas ganas inmensas de experimentar el salto sin saber lo que me esperaría. Un susurro me animaba y una certeza también me acompañaba. Sin lugar a dudas, allí abajo estaría ella esperándome para cogerme de la mano y jugar como dos niños enamorados, de lo desconocido, de la vida, de la libertad más infinita…


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