Recuerdo que tenía siete años cuando me subí a un avión por primera vez y seguramente iba sentado a la izquierda, en la ventanilla A, porque a través de ella pude divisar una gran montaña que me impresionó, aunque con esa edad ni siquiera sabía que se trataba del pico Teide... Íbamos a La Palma y de repente el avión empezó a bajar ligeramente, pero en lugar de darme miedo a mí me produjo un cosquilleo incontenible en la barriga que me hizo reír sin parar... Quizás esa fue la primera vez que me enamoré y así fue como comenzó mi idilio con los aviones, pues desde niño no paraba de jugar a hacerlos aterrizar y despegar, simulando que pilotaba uno de ellos… Cuántos aviones he cogido desde entonces, pero sigo recordando la primera vez como si hubiese sido ayer...
Por el camino me perdí, el transcurrir de los años y las circunstancias hicieron que el adulto en el que me convertí se olvidara de la inocencia de ese niño atrevido y aventurero, pero ahora que lo he vuelto a conquistar me aferro fuertemente a él abrazándolo con toda la vida que me acompaña… Juntos, de la mano, hacia una nueva aventura que está por comenzar, con miedos y a la vez con entusiasmo...
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