lunes, 23 de febrero de 2015

Manualidades

De pequeño, cuando en el colegio me mandaban a hacer algún trabajo manual, era mi madre la que se encargaba, sobre todo con el punto de cruz. A mi madre le entusiasmaba tanto que era la que repasaba y avanzaba lo que yo había hecho en el colegio, hasta el punto de que terminaba haciéndolo ella y yo simplemente se lo enseñaba a la profesora. El sobresaliente estaba garantizado. Muy bien, me decía la profesora, ni un fallo. Para no llevarme todo el mérito y porque el sentimiento de culpabilidad me acechaba, yo siempre le reconocía a la maestra que mi madre me había ayudado un poco, aunque en realidad el que hacía poco era yo. El sobresaliente era para mi madre, jeje...

Y ahora esto me viene al recuerdo porque últimamente parece que hago trabajos manuales, como pintura o cerámica, cosas que jamás pensé que pudiera hacer, y aunque tampoco son cosas que me chiflen ni que haría todo los días, el hecho de haber puesto mi granito de arena para hacer posible esta actividad en la que mucha gente participó y disfrutó, me hace inmensamente feliz. Sólo hay que ver las caras...








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