De pequeño, cuando
en el colegio me mandaban a hacer algún trabajo manual, era mi madre
la que se encargaba, sobre todo con el punto de cruz. A mi madre le
entusiasmaba tanto que era la que repasaba y avanzaba lo que yo había
hecho en el colegio, hasta el punto de que terminaba haciéndolo ella
y yo simplemente se lo enseñaba a la profesora. El sobresaliente
estaba garantizado. Muy bien, me decía la profesora, ni un fallo.
Para no llevarme todo el mérito y porque el sentimiento de
culpabilidad me acechaba, yo siempre le reconocía a la maestra que mi
madre me había ayudado un poco, aunque en realidad el que hacía
poco era yo. El sobresaliente era para mi madre, jeje...
Y ahora esto me
viene al recuerdo porque últimamente parece que hago trabajos
manuales, como pintura o cerámica, cosas que jamás pensé que
pudiera hacer, y aunque tampoco son cosas que me chiflen ni que haría
todo los días, el hecho de haber puesto mi granito de arena para
hacer posible esta actividad en la que mucha gente participó y
disfrutó, me hace inmensamente feliz. Sólo hay que ver las caras...
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