En
el retiro aprendimos una meditación que me llamó poderosamente la
atención: la
práctica de la ira.
La rabia o enfado se produce básicamente cuando no aceptamos algo
que ha ocurrido. Aceptar no es estar de acuerdo con lo que sucedió,
sino simplemente escoger la paz y evitar el conflicto, porque lo que
pasó no se puede cambiar, no pudo ser de otra manera...
Cuando
estemos enrabietados con una persona o situación deberemos cerrar
los ojos y decir interiormente:
“Al
sentir el calor de la ira en este momento cierro los ojos y miro al
futuro y me pregunto: ¿Dentro de 300 años dónde estarás? ¿Dónde
estaré?
A
mí lo de los 300
años
me pareció brillante, porque dentro de 300
años
yo no estaré aquí, en este mundo de formas, y dentro de 300
años
tampoco lo estará la persona o situación que me está provocando la
ira. Dentro de 300
años
todas las formas desaparecerán. Por eso me resultó muy
significativa la meditación, porque cuando te planteas dónde
estarás todo se desvanece, no nos lleva a nada estar en conflicto.
Si hubieran sido 50 tal vez seguiríamos por aquí, pero con 300 es
físicamente imposible que estemos en este mundo, pero nunca se
sabe y, aunque estuviéramos, la ira no nos lleva a nada, sólo a destruirnos interiormente. ¿Tiene sentido entonces tener ira o estar enfadados? Para mí no...
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