La verdad es
que estos primeros días de septiembre están siendo fabulosos para ir a la
playa, y ya que el verano está llegando a su fin, hay que aprovechar cualquier
oportunidad para disfrutar de ella...
El sábado
estuve en Famara y el mar estaba en aparente calma. No soplaba el viento y las
olas escaseaban, pero cada ciertos minutos se formaba una gran ola gigante, de
unos cuantos metros de altura, para deleite y disfrute de los bañistas que
jugaban con ella. Yo era uno de esos bañistas y esperaba atento la formación de
la ola para recibirla y saltar por encima de ella. ¡Qué sensación cuando el
agua te eleva y tus pies se despegan del suelo arenoso! Así una y otra vez,
como un niño pequeño, jugando como todos los demás que estaban en la orilla. Y
después probé a ponerme de espaldas a la ola. No veía lo que venía, sino
las caras de sorpresa de la gente asombradas por el tamaño de la ola o
preparadas para saltar o zambullirse a su paso. Yo seguía de espaldas, sin los
pies en contacto con el suelo, sintiendo como el agua me arrastraba hacia
dentro y la ola me envolvía en su interior, confiando en ella. Así una y otra vez,
como un niño pequeño...
Y ayer cambié
de paseo y me fui a la cabecera de pista para volver a sentir la fuerza de un
avión por encima de mí...
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