Y la imagen que vino fue la de aquel niño que esperaba ansioso a que su
abuela terminara de hacer el bizcochón para después rebañar, con una cuchara,
los restos de la masa. Y así renacieron las ganas de vivir, la alegría de saber
que sigo aquí, coger el coche y maravillarme por lo rápido que me transportaba…
Permanecí en el zulo de mis entrañas, ni tan oscuro ni tan siniestro, un oasis
solitario para conectar con mis sombras y hablarles a la cara, sin
intermediarios, cobijado bajo una manta… Y ahora volver a la luz, respirar
aires nuevos, recordar la imagen de aquel niño entusiasta que jugaba y se
dejaba jugar y, lo más vital, sigue queriendo jugar…
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