«¿Qué pasa contigo, idiota?», gritó el síntoma «¿Por qué me hablas así,
síntoma?», se sorprendió ella. «Porque te he cogido mucho cariño, a ver si
enfadándome reaccionas de una vez. Ya sabes por qué he venido, ¿a qué estás esperando?» «Es que no lo sé», dudó ella. «No te vale hacerte la tonta, ya lo
sabes, te lo noto en tu mirada. Por fin has descubierto lo que debes hacer para
sanar y quiero que sanes. ¿Ahora qué, no hablas? Te has quedado sin argumentos,
¿verdad? Tienes miedo, lo intuyo, pero sé que no me temes a mí, sino a los
cambios que debes emprender para salir. Hazlo, te lo ruego, confía en mí, te
empezarás a sentir bien y acabarás agradeciendo esta conversación tan
surrealista que estamos teniendo. Normalmente no hablo como un humano, me limito a aparecer y expresar sin palabras, pero te quiero tanto que no puedo evitar hablarte a la cara, para ver si así me comprendes, por fin. Todo está en tus manos, esa es la puñetera
verdad. Si lo haces, me iré muy feliz, lo conseguiste. Si no lo haces, deberé
avanzar hacia ti. Las excusas ya no valen. Y claro, después la gente me
echará la culpa de todo, se pondrán en contra de mí, me odiarán, maldita
enfermedad, bla bla bla… Y me dará igual, soy inmune a las críticas de los que
desconocen mi labor, simplemente hago mi función, que es ayudarte a descubrir tu verdadero
potencial y vivir en libertad, pero me romperás el corazón. Los síntomas no sienten, eso dicen, pero yo sí
sentiré una pena muy grande si al final decides partir sin haber comprendido el mensaje que te quise transmitir, aunque tú lo has comprendido pero no te atreves a cambiar. Serás la única
responsable de tu destino. Era una chica tan buena… te recordarán. Pero yo
prefiero que te recuerden como la valiente que abrió la caja de regalo y abrazó
su oportunidad, siendo un ejemplo para los demás. Confío en ti, te amo.»
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