Déjalo todo, tu familia, tus amigos, tu trabajo, tus preocupaciones, tus
anhelos… suelta todo eso y déjate llevar. Imposible resistirse a una invitación
tan tentadora, a pesar de mis resistencias a soltar aquello que me entusiasma.
Pero me dejé llevar, lo intenté, y con los ojos cerrados comencé a navegar sin
rumbo definido hasta que empecé a escuchar el latir de mi corazón, mi timón, y
el sonido del cuenco me hizo conectar con no sé qué… Siempre suelo decir eso,
no sé qué, pues a veces las palabras no pueden alcanzar aquello que has sentido,
si lo nombro perdería su fuerza, la magia de lo que no se puede describir. Y
las 36 velas se fueron apagando, una a una, de mayor a menor, y con cada
soplido sentía que me estaba muriendo, volviendo al origen. Me hundí, dejé de
respirar abrazado bajo el agua, hasta que la vida compartió su oxígeno para que
respirara. Me estaba invitando a seguir vivo, a compartir lo vivido… Y al final
lo vi claro, lo de fuera es un reflejo de lo que tienes dentro…
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