lunes, 22 de enero de 2018

Escucho, veo, hablo...

Y por fin salieron las lágrimas que estaba deseando derramar. Un fin de semana que me conectó con el agradecimiento, el más puro, dar las gracias por lo que me brindan los sentidos, escuchar, ver, hablar, esas cosas que tal vez pasan desapercibidas pero que si faltan las echaríamos de menos. Un concierto me dio la oportunidad de ser agradecido por lo que mis oídos podían escuchar, esa música que me elevó al séptimo cielo. Esa canción cantada en la intimidad que hizo que mis lágrimas resbalaran por mi cara. Y lo deseaba, deseaba llorar, porque sé lo sano y liberador que resulta. Me sentí privilegiado, estaba vivo y podía disfrutar de ese regalo, cantar con ella, tocar un instrumento por primera vez. Y también agradecí poder ver, cuando te envuelve la oscuridad y no puedes ver nada aunque tengas los ojos abiertos, ahí te das cuenta de lo importante que es poder ver. ¿Y si la voz interior que me susurra es la que me lleva a conectar con los demás sin necesidad de hablar? Estar vivo me da la oportunidad de descubrir la magia de la unidad, pues todos somos uno…


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