Siempre
pensamos que tenemos que llegar a un lugar, una meta, un objetivo
final. Estamos tan concentrados en ese objetivo, que muchas veces nos
olvidamos de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, como nos
decía nuestra amiga Patricia, esas pequeñas cosas que encontramos
por el camino y que sólo las apreciamos si vamos conscientes y
despiertos por el
camino
que hemos elegido, pero en lugar de eso solemos ir estresados. Si
no conseguimos la meta deseada llega la frustración, nos machacamos
y exigimos más. Si llegamos a la meta soñada nos alegramos por
ello, pero a veces también nos machacamos porque empezamos a
encontrar defectos y
nosotros
aspiramos a la perfección,
y por
supuesto también nos exigimos más, porque
si llegas a un sitio después quieres llegar a otro, y a otro, y a
otro, siempre corriendo...
Pero
no hay que llegar a nada, sólo disfrutar del camino. Ayer me dijeron
que el único lugar al que voy a llegar seguro en este mundo es a mi
funeral. Eso
hizo replantearme
que no hay que tener prisas, ni exigirme
nada, sólo disfrutar y disfrutar hasta que llegue la hora de mi
funeral. ¿Qué
prisas tengo de llegar a mi funeral?
Yo ninguna.
Si
mientras llega la hora de tu funeral consigues llegar a tu corazón y
vivir las cosas con el corazón, desde la paz, eso es lo que te
llevarás, despertar antes de tu funeral...
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