Empiezo
a escribir sin saber muy bien lo que escribir. Tengo ganas de decir
algo y, no sé, quizás si cierro los ojos y bajo a mi corazón
puedan salir las palabras adecuadas para transmitir lo que estoy
sintiendo. ¡Qué exigente soy conmigo mismo! Ayer lo ví otra
vez claro, no exijo a los demás sino que me exijo a mí mismo. Ya
está, suelta toda esa exigencia, salta, si caes te levantas, y si te
vuelves a caer te levantas, no hay nada más. Tiene que venir un
espejo para darte cuenta de algo y lo agradeces, no hay más. Con
humildad lo reconoces y vuelta a empezar, y ni siquiera a empezar
sino a continuar, porque es parte del camino. No necesito hacer nada,
mi sola presencia lo llena todo y no es necesario hacer nada.
Gracias, espejito del alma...
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