Después
del parón de ayer, voy a proseguir con el viaje...
Al
día siguiente, después de la aventura nocturna de disfrutar del
concierto a los pies del acantilado, nos recogió la furgoneta en el
hotel y fuimos en dirección a Little
Petra.
La pequeña Petra es pequeña de verdad, así que lo de little le
viene como anillo al dedo. Aún así, es muy bonita y merece la pena
acercarse a verla. Tuvimos como guía a Fajad y menos mal que así
fue, porque el camino que conecta Little Petra con el Monasterio
tiene muchos desvíos. A algunos se nos hizo cuesta arriba, pero
entre descanso y descanso, llegamos sanos y salvos...
Al
finalizar la excursión y almorzar nuevamente el picnic que habíamos
contratado en el hotel, cogimos una guagua en dirección a Wadi
Run,
el desierto de arena roja. Al grupo se nos unió Mizuki, una japonesa
que llevaba un año viajando por toda Europa y que casualmente era la
novia del primo de Fajad. Todo quedaba en familia. Aceptó la
invitación de venir con nosotros porque no había tenido la
oportunidad de visitar dicho desierto. El viaje nos estaba regalando
la hospitalidad de la gente local y ahora nosotros teníamos la
posibilidad de ser hospitalarios con alguien que lo necesitaba. Dar y
recibir, de eso se trata...
Finalmente
llegamos a Wadi
Run
y lo primero que hicimos fue escalar una gran duna para
posteriormente bajarla haciendo la croqueta. Vamos, como niños...
Tenía
tanta arena metida entre la ropa, que lo primero que hice fue darme
una refrescante ducha. No había agua caliente, pero daba igual. El
hecho de quitarte la arena y sentirte limpio merecía cualquier
sacrificio. Me habían comentado que las noches en el desierto suelen
ser frías, pero esa noche fue la excepción. En chanclas y con
pantalón corto pude disfrutar de una deliciosa cena cocinada baja la
arena del desierto y contemplar las estrellas...
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