martes, 14 de abril de 2015

Día 2: Somos uno en el mundo

Los cánticos árabes llamando a la oración hicieron que me despertara de madrugada. Era real, estaba en Jordania, no era un sueño, o quizás sí. ¿Quién me garantizaba que era real y no estaba soñando?

Después del desayuno nos dirigimos a Um Quays, que está próximo a la frontera con Israel, para visitar las ruinas de la antigua ciudad de Gadara y desde donde se puede vislumbrar el mar de Galilea o los altos del Golán. Nos encontramos con un gran regalo, un grupo de niños jordanos entusiasmados con los turistas y queriéndose hacer fotos con nosotros. Corazón en estado puro, como el de la niña Sasha...



Después visitamos Jerash, un poderoso centro romano que nos sorprendió por su excelente estado de conservación...





Y al final de la jornada llegó lo que probablemente haya sido una de las experiencias más intensas de este viaje. Estábamos hablando de platos típicos de comida jordana y, de repente, el conductor de la furgoneta nos invitó a cenar a su casa, contándonos que su madre era una excelente cocinera. Al principio pensábamos que su familia tenía un restaurante, pero no, era en su propia casa, así que después de la sorpresa inicial, evidentemente no íbamos a desaprovechar una oportunidad como aquella y aceptamos encantados la invitación...

Estábamos expectantes y en la guía leímos las costumbres del país para no hacer nada que no debiéramos, como evitar comer con la mano izquierda, pero la familia con la que topamos era muy hospitalaria y abierta de mente, y ante la pregunta de si podía usarse la mano izquierda para comer nos respondió el patriarca con un simple: por qué no. Y es que lo que allí se vivió y se conversó rompió los esquemas de muchos. Nos habló de que la religión no importa, sino lo que verdaderamente importa es la humanidad de las personas. We are one in the world, somos uno en el mundo, y yo miraba a Ángela y Ángela me miraba a mí con lágrimas en los ojos. Está cansada, me decía él señalando a Ángela. No, no está cansada, es que está emocionada por lo que estás diciendo, siente tus palabras en el corazón. El mejor idioma para comunicarse es hablar con el corazón, seguía el anfitrión. Ahora caigo en que era miércoles, día en el que normalmente voy a meditación, y parece que me estaban dando la meditación a distancia, pues lo que allí se vivió es lo que aquí compartimos cada miércoles que asisto. Somos uno en el mundo. Hablaba con mucho amor y respeto hacia su mujer, que para él era lo primero en el mundo, y decía de su hijo que tenía un corazón blanco. Una familia muy unida y que rebosaba amor por los cuatro costados. Lo que comimos a las tantas de la madrugada fue lo de menos, porque muchos ya estábamos llenos con la conversación, pero también merece ser contado porque el plato estuvo increíble. Se llamaba "maglouba", que consistía en pollo con arroz, berenjenas, tomate asado, papas y cacahuete. Deliciosamente delicioso...



Acabamos saliendo de madrugada, despidiéndonos con un baile que hicimos en honor a la familia y como muestra de agradecimiento, la macarena, esa canción que ha traspasado las fronteras. Fue tal la vivencia, que si me dicen que al día siguiente tengo que volver a Lanzarote porque el viaje se acaba, no me hubiera importado, y la experiencia también hizo que el grupo se cohesionara en un tiempo récord, pues a todos nos daba la sensación de que llevábamos una semana de viaje cuando realmente sólo habíamos disfrutado de un día. Aún quedaba mucho por vivir, vaya que sí...

1 comentario:

  1. Gracias Ibán por compartir !!!!!!

    Sigo tus escritos y me emocionan como si los hubiera vivido con vosotros .

    Gracias ...Gracias ..... Gracias .!!!!!

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