El mar ya estaba
entre nosotros. Días antes se había planteado la posibilidad de
bucear, pero a algunos, entre los que me incluyo, les bastaba con
practicar snorkel. Ponerse la careta y el tubo para ver el fondo
marino sería suficiente, además de que muchos no habíamos
practicado nunca el buceo. También estaba la posibilidad de hacer el
curso de iniciación o bautismo, pero ante la creencia de que es una
actividad arriesgada nos daba cosa recibirlo en inglés, por si no
entendíamos perfectamente las indicaciones del monitor. De la misma
forma que hubo resistencias iniciales, con rapidez y facilidad se
produjo una reacción en cadena y acabamos todos, o casi todos,
apuntándonos a la actividad...
Después de
explicarnos lo que debíamos hacer si nos entraba agua en las gafas o
por el respirador, y tras aprendernos las indicaciones básicas de
querer subir, bajar o que todo está bien, nos pusieron una pesada
botella de oxígeno a la espalda y nos adentramos en el mar. No
estaba nervioso, la verdad, pero cuando te enfrentas por primera vez
a algo desconocido siempre te vienen los miedos, pero inmediatamente
me acordé de la frase: “el mayor antídoto para el miedo es
caminar hacia el miedo”, así que con paso firme, aunque con
cuidado de no caerme por las chapaletas y por la carga de la botella,
me sumergí sin más...
Madre mía, otra vez
haciendo algo por primera vez. Peces y corales de diferentes colores
inundaron mi vista. Estaba buceando en el Mar Rojo, y aunque
sólo llegamos a bajar unos cinco o seis metros, fueron suficientes
para sentir la inmensidad del océano, porque por momentos no sabía
ni dónde estaba...
Y por la noche,
después de la experiencia, una vuelta por el centro de Aqaba
para despedirnos de la ciudad y repetir cena en un restaurante en el
que comimos y bebimos de maravilla, sobre todo un zumo de limón con
menta rico ricooo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario