martes, 14 de abril de 2015

Día 1: La primera cena

La T4 del aeropuerto de Barajas fue el punto de encuentro para conocer al resto del grupo. Allí ya estaban esperando Iñaki, un vasco de Irún que era el coordinador del grupo, Javier, un zaragozano experto en historia antigua, Eva, una murciana profesora de universidad y que a la postre dirían que éramos almas gemelas. Después se fue incorporando el resto del grupo: Begoña, una vasca madrileña, Floren, un montañero apasianado procedente de Albacete, Montse, una catalana corredora amateur de maratones y Sofía, una argentina afincada en Galicia. En total éramos nueve, incluyendo a Ángela y un servidor...


Casi todos eran viajeros empedernidos y muchos ya habían recorrido medio mundo. La primera impresión fue que qué hacía yo allí viajando con gente tan experimentada. Estaba cambiando la comodidad de mis viajes anteriores por dormir no se sabe dónde y no se sabe con quién...

Tras un vuelo apacible en el que pude aprender alguna palabra árabe como “shukran”, que quiere decir gracias, llegamos a Amman y, tras dejar las maletas en la habitación del hotel, nos fuimos a cenar. Hicieron falta pocas palabras para encargar un picoteo exquisito que sirvieron al instante...




El grupo empezaba a interactuar y acabamos la noche en el bar del hotel tomando un té...

Curioso que en las estanterías del bar de un país mayoritariamente musulmán tuvieran como elemento decorativo “la última cena” de Leonardo Da Vinci...



Y al regresar a la habitación compartiría la misma con una persona que tan sólo conocía de unas horas. Esto no lo había hecho nunca, era la primera vez. Le había pedido a los Reyes Magos hacer cosas por primera vez y los deseos se estaban haciendo realidad. Ya no había vuelta atrás, la aventura había comenzado...

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