Desde un banco en la orilla de Brooklyn, cerca del famoso puente que atraviesa el río Hudson para llegar a la gran manzana, podía ver esto...
Podía ver múltiples edificios: unos más altos, otros más bajos, unos azules, otros grises, algunos con antenas en la azotea y otros con cristales reflectantes, tan diferentes y tan iguales porque todos eran edificios al fin y al cabo, con distinta forma y tamaño, pero edificios al fin y al cabo. Entonces dejé de mirar al frente y comencé a observar a las personas que estaban viendo lo mismo que yo: unos eran altos, otros bajos, unos rubios, otros morenos; había gente con gafas de sol y hasta una familia de judíos ortodoxos, que llamaban la atención por su vestimenta y aspecto físico. Incluso por delante de mí pasaba gente con bicicleta que ni siquiera se percataban de la vista que tenían a su lado. Qué diferentes somos aparentemente porque estamos en distintos frascos, de diversos colores y formas, pero qué iguales somos porque la esencia es la misma, todos somos lo mismo...
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