El sonido del mar envolvía mi calma.
Estaba acostado en la arena, en la playa de Famara, con los ojos cerrados
imaginando las olas, olas que no paraban de llegar a la orilla mientras yo
agradecía la salud que tenía. Sentía el sonido del agua acercándose, olas
rebosantes de espuma blanca y de fuerza arrolladora, que después perdían su
fuerza y morían en la arena, regresando tímidamente al océano que las vio
nacer. Las olas iban y venían, nacían y morían y yo agradecía la salud que
tenía. Era un constante movimiento, un baile eterno, un no acabar. Si una voz
te dice lo contrario le respondes gracias por participar, escuchaba de fondo,
así que seguía agradeciendo esa salud tan maravillosa que inunda mi cuerpo…
Al final abrí
los ojos y desperté en el salón de meditación. El sonido de un tambor oceánico
me había trasladado a la playa, me recordaba el sonido del mar. Gracias…
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