De
pequeño disfrutaba mucho el día
de San Juan.
Recuerdo que, nada más levantarme, iba a lavarme
la cara
en una palangana con agua y hierbas aromáticas que mi madre
preparaba la noche anterior. El agua estaba fresca y su olor me
encantaba. Y después me vestía para ir a la playa. Disfrutaba.
Esto era siempre así hasta que un día escuché a mi tía decir que
si al lavarte veías el reflejo de tu cara en el agua es que vivirías
al menos hasta el año siguiente, pero que si por el contrario no la
veías, pues...
A
partir de ahí, lo que hacía de forma inocente y sin pensar, con el
único fin de disfrutar, se convirtió en un auténtico suplicio.
¡Qué miedo tenía de ir a la palangana a lavarme la cara!. ¿Y si
no veía nada? Ahora lo veo claro, un adulto instaló esa creencia en
mí, me metió miedo, generó una historia y yo cada año alimentaba
esa historia añadiéndole más drama. Yo quería vivir, qué miedo
me daba...
Ayer
me volví a quedar en casa de mis padres y fui dispuesto a desactivar
eso que de niño me hicieron creer. Yo iba con la cámara en mano,
con ganas de sacarme la foto para compartir la historia a través de
este blog. De vez en cuando un pensamiento se me colaba para decirme:
“Sí,
te veo muy seguro yendo hacia la palangana, pero como no veas el
reflejo te cagas...”
Ahora me reía, le contestaba no sé, gracias por tu opinión, pero
fui con decisión para
desactivar el miedo porque, si algo tengo claro, es que
quiero
vivir sin
miedos...
Y
esta tarde será lo que tenga que ser...
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