Deslizo suavemente el pie sobre el suelo y me dan ganas de bailar, señal
inequívoca de que la recuperación va viento en popa y a toda vela, como
si estuviera en un barco. Y allí todos eran barcos: ambulancias, taxis,
policías, incluso uno encargado de recoger la basura. Un milagro haber visitado
Venecia después del traspié que me dio la vida para que parara y rebajara mi
dosis de entusiasmo. Un milagro también que ese destino haya sido testigo de mi
pronta recuperación, con tantos escalones y puentes por los que transitar y con
los que me he ido fortaleciendo cada día. Quizás he comprendido el mensaje…
Hombre de mundo, me dicen. Me encanta viajar, eso es todo, comunicar,
mezclarme con la gente local, como uno más, adentrarme en la cultura del país
que visito y disfrutar cada vez que me despierto porque ante mí aparece un
nuevo día, quizás el último de mi vida… ¿Corremos? No, gracias, sigo en
barbecho…
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