Allí estaba, sentado en una de las butacas del Auditorio de
los Jameos, a pocas horas de que empezara el espectáculo…
Allí estaba, cubierto con una malla negra un tanto
asfixiante, pero que me había quitado a medias para escribir sin bloqueos, a
pleno pulmón, porque estaba escribiendo…
Y mientras escribía los músicos afinaban sus instrumentos, otros
ponían a punto las luces que después llenarían de color el espectáculo, algunos corrían
por los pasillos para dejar todo listo…y yo seguía escribiendo, desde la soledad
de la butaca, hasta que alguien se percata de que allí estaba y me llaman para
una reunión que me hizo interrumpir el momento de escritura…
Momento que volví a recuperar a la mínima oportunidad porque
me apetecía plasmar lo que viví esa mañana. Nada particular y nada especial,
simplemente que me di cuenta de que tal
vez no he perdonado del todo al antiguo Ibán, porque si a veces pienso que
no me gustaría ser el Ibán que era antes es que tengo cierto rechazo hacia él,
pero lo tengo que ver como un ser totalmente inocente que no lo pudo hacer de
otra manera. Además, el Ibán que soy ahora no sería lo que es sin el Ibán
antiguo, así que lo que debo hacer es abrazarlo y fundirme con él, ser uno. Te perdono, me perdono; te amo, me amo; eres
inocente, soy inocente; te libero de mi juicio, me libero de mi juicio…
Y eso es lo que hice al bajar por las escaleras con el
juguete de viento. Daba diez pasos conscientes y giraba hacia la derecha, y cada
paso sentí que lo dábamos los dos, el antiguo y el de ahora, unidos y
agradecidos…
Y encima me pidieron que sonriera, que debíamos parecer juguetes felices, libres. Eso está hecho, porque me sale sin esfuerzo y me gusta sonreír. Y
hoy lo volveré a hacer…
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