Siempre
hay cosas
que no se ven.
El espectáculo salió redondo, por lo menos a ojos del espectador,
pero nosotros, los que formamos parte del show, tenemos un sin fin de
anécdotas guardadas en nuestras retinas, como la cara de sorpresa de
Rosi al ver salir el sol, el grito de guerra difícil de reproducir
del pirata Morato Arráez, el dúo de Moldavas ataviadas con sus
pañuelos típicos, las chanclas de Leo, esas con las que salió a
escena sin darse cuenta, pero que en seguida rectificó y las lanzó
por un lateral, in extremis, o el camerino con vistas a la luna de
los de la parte de arriba, aquellos que salíamos con el barco y las
olas y que nos dábamos ánimos al grito de “teguiseee”. También
estaban los juguetes de viento, con esas estructuras a nuestras
espaldas que nos dificultaba el respirar y recubiertos con una malla
negra cada vez más estrecha, pero que aún así salíamos
sonrientes, o las campesinas cogiendo esas piñas mal olientes,
porque se habían recubierto de pintura blanca para que tuvieran otro
efecto, y el pirulí de mi gorro, que por más tieso y erguido que
estuviera, siempre salía torcido en las fotos...
Vencer
el miedo,
esa podría ser la lectura del espectáculo. A pesar de las tragedias
que vivió la isla, la población siempre pudo salir adelante,
fortalecida, incluso sacando provecho de algo tan duro como las
erupciones volcánicas de Timanfaya, convertidas hoy en el principal
reclamo turístico, o como decía César Manrique, si no puedes con
el viento, juega con el viento, y por eso creó esos impresionantes
juguetes que bailan al son que dicta el viento...
De
los cantos de desolación, a la más infinita de las alegrías. Si
veo que no llueve, me voy a pescar. O
mejor reunirnos para celebrar...
No hay comentarios:
Publicar un comentario